viernes, 23 de mayo de 2014

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis



Cuando era niño (allá por el Pleistoceno Temprano) me impresionó fuertemente la escena de una película en la que un veterano miraba horrorizado por la ventana la llegada de cuatro jinetes fantasmales.
Mucho después supe que el veterano era Charles Boyer y la escena correspondía a la versión de Vincent Minelli de Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1962) sobre libro de Vicente Blasco Ibáñez (1919), y que la primera película con ese nombre había catapultado la carrera de Rodolfo Valentino. Creo que la misma es una de las grandes del cine mudo, y afortunadamente puede verse aquí.

Los cuatro jinetes deben su nombre al libro homónimo de la Biblia, donde son los primeros de los siete sellos que abre el cordero; y según los entendidos son alegorías de la victoria, la guerra, el hambre y la muerte. A la derecha los vemos en el famoso grabado de Dürer.

 Según algunas voces, el Apocalipsis ocurrirá en el Uruguay. En este caso los cuatro jinetes serían (por orden de aparición) el arroz, la forestación, la soja y la minería.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis uruguayo
Según he ido escuchando a estas voces, los sellos de cada uno se han ido abriendo desde que yo era estudiante (Pleistoceno Medio). A pesar de haber hecho sonar fuertemente las trompetas, el séptimo y definitivo sello no ha sido abierto, por lo que los elegidos para la vida eterna tendrán que seguir esperando.

Curiosamente, el advenimiento de cada nuevo jinete ha hecho desaparecer mediáticamente al anterior, e inclusive ha pasado a ser orgullo de la producción nacional (arroz). La minería, el cuarto caballo, es el que está augurando hoy en día el apocalipsis. ¿Cuál será el próximo, cuando vengan nuevos elegidos? Recordemos que serán solo 144 000, hay que hacer méritos! Yo por lo pronto, me quedo con este corcel.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Como el Uruguay no hay


La tan orgullosa frase de los tiempos de mis padres nos reventó en la cara apenas ellos dejaban su primera juventud y nosotros íbamos a la escuela o apenas la iniciábamos. ¿Cómo nos pudo pasar eso? aún hoy nos preguntamos, y ríos de tinta corren sobre el tema. ¿Cómo pasamos de la sociedad hiperintegrada, de la Suiza de América, a una en la que aprendimos que una cosa es marginalidad y otra es pobreza, y los barrios y las tribunas del estadio se segregan? No es de mi expertise responder demasiado bien esas preguntas, pero creo que alguna carácterística sicológica o sico-sociológica tiene que ver.

Con fama de humildes, que sabemos cultivar, los uruguayos somos orgullosos y soberbios también. Nuestro pequeño territorio, nuestra baja población, nuestra dependencia de casi todo, nos hace resaltar cada mínimo éxito como si fuera gigantesco, y si no lo tenemos, lo inventamos. El Uruguay pequeñito pero culto, demócrático, faro intelectual, tierra ideal, bla bla bla, devino rápidamente en los horrores que ya conocemos.  En mi opinión, si hubiéramos sido tan geniales no la hubiéramos pasado tan mal. Pero fuimos engreídos, por alguna misteriosa razón al pueblo elegido (¿por Pepe Batlle?) no le podía pasar nada malo, pero le pasó, y cuanto.

Hoy en día parece estar sucediendo algo parecido con la ciencia, o más bien con la manera de darla a conocer a la gente. Para apreciar la labor científica y a los científicos, se debe contar algo espectacular, con algo maravilloso, lo más o lo menos, lo que sea con tal de que indique que en esta tierra sucede algo más importante que en otros lados; seremos pequeños pero de contenido excepcional, como dicen que pasa con los frascos de perfume.

Así, y en los temas que más o menos uno entiende, resulta que tendríamos (¡y el condicional es muy marcado en varios casos!) los bilateria más antiguos del mundo, los embriones del reptil más antiguos del mundo, el Homo sapiens más antiguo de América, el foraminífero más antiguo del mundo, los bivalvos de agua dulce fósiles más grandes del mundo, el roedor más grande del mundo, para no hablar de asuntos generales como el asado más grande del mundo, la torta frita más grande del mundo, el río más ancho del mundo, el acuífero más grande del mundo...  Todo esto, y mucho más, en un territorio de tan solo unos 176 000 kilómetros cuadrados. Usted, ¿no desconfiaría?

O bien las traducciones de los antiguos manuscritos están mal y donde dice Jordán debe decir Hum, y donde dice Ararat debe decir Cerro de Montevideo, o se nos está yendo la mano con eso de la Tierra Prometida.

Es comprensible el afán de los medios de comunicación por tener noticias espectaculares y que masajeen el ego nacional; al fin y al cabo no es tan fácil obtenerlas en un rincón del mundo en el que se dedican minutos y minutos del informativo central a describir y mostrar los resultados de accidentes automovilísticos o a requerir la palabra de todos los vecinos del almacenero robado. Lo preocupante es cuando en el medio académico se toman las cosas de esos mismos medios, sin tener al menos la inquietud de leer el abstract de los trabajos originales, o de ver como reacciona el ambiente científico ante tal o cual "descubrimiento". ¿Se ha perdido la capacidad crítica, o aún no la hemos desarrollado en forma suficiente?

Dicen que el tango fue aceptado por la sociedad rioplatense luego de que triunfara en París. Los científicos uruguayos, ¿debemos ser aceptados luego de salir en El País?